Nunca fue más cierto eso del teamoteodio. Nunca fue tan irreal, tan surreal todo lo que (no) sucedió. Jamás sentí tan intensa la pulsión de muerte como en cada nueva charla con vos. El día que me hablaste de ella (la otra, la que querés, esa que no soy) algo en mí se quebró. Me acuerdo de llorar sin consuelo en la cama, en el baño, en el balcón, y de preguntarme (con lo melodramática que soy) si las lágrimas iban a parar algún día. Al final, sí, se detuvieron, pero en algún lugar, adentro, escondido (o no tanto), el llanto sigue. Ya no eras vos el del problema, era yo: no se trataba de un desinterés general de tu parte, era a mí a la que no elegías, y ahora había alguien a la que sí querías dedicarle tus días, tu atención, tu cariño. Lo que más dolía no era sólo el amor no correspondido, sino lo desmerecido de mi amor. Hoy lo que más duele es que ya no haya nada de qué hablar, que las charlas de horas hayan mutado en monosílabos y silencios incómodos, que ni siquiera te interese preguntar cómo estoy, saber que la música de los últimos meses quizás nunca tenga el mismo significado ni la pueda escuchar de la misma manera, ser conciente de que dejarte ir (si eso es posible) es ganar, pero también es perder.
Algo del otro que también sea mío. Para mí en el corazón somos todos parecidas/os, y decir en el corazón es como decir en el fondo, pero, en el fondo de la manera de sentir. Suelo decir que el corazón es la cárcel más común y esto significa que no sólo es el encierro sino el espacio compartido con otros. Cuando me encuentro con ese otro que me habla como desde mí, ahí me gusta lo que escribe, porque ahí me emociono. Yo me emociono con algo físico, soy pasional, no puedo emocionarme con una idea poética de una idea poética que sale de otra idea poética. Eso me aburre, es como oír una música obligadamente, no hay disfrute, me quiero ir de ese poema.
Comentarios
Hace rato que salí del poso, estoy irreconocible
¿que tal las vacaciones?