Y entonces sucedió que la otra noche presencié el momento en el que, de seguro, comenzaste a enamorarte de ella. Vi cómo la observabas, fui testigo de la mirada de reojo que le dedicaste cuando se levantó para ver a la orquesta tocar en el escenario. Luego, sucedió también que, con la excusa de una óptica mejor, bajaron juntos, solos los dos -pura casualidad, o causalidad-, y se sentaron uno junto al otro en unas butacas vacías del nivel inferior. Y yo, desde el paraíso, a más de treinta metros de distancia, seguí atenta cómo le charlabas y cómo ella se reía, los observé fijo mientras de fondo sonaba alguna melodía de Bach que no supe reconocer, y la verdad es que poco me importaba -como me importa poco ahora. Le hablabas cerca, casi al oído, le comentabas cosas sobre el cuello y ella miraba lo que le señalabas y sonreía, era pura sonrisa, toda sonrisitas . Y te juro que la odié. Pero también entendí. La noche anterior me habías dicho que llevabas mucho tiempo sin conocer gente nueva...