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Mostrando entradas de junio, 2018

La helada

Quien fue dañado lleva consigo ese daño, como si su tarea fuera propagarlo, hacerlo impactar sobre aquel que se acerque demasiado. Somos inocentes ante esto, como es inocente una helada cuando devasta la cosecha: estaba en ella su frío, su necesidad de caer, había esperado -formándose lentamente en el cielo, en el centro de un silencio que no podemos concebir- su tiempo de brillar, de desplegarse. ¿Cómo soportarías vivir con semejante peso sin ansiar la descarga, aunque en ese rapto destroces la tierra, las casas, las vidas que se sostienen, apacibles, en el trabajo de mantener el mundo a salvo, durante largas estaciones en las que el tiempo se divide entre los meses de siembra y los de zafra? Pido por esa fuerza que resiste la catástrofe y rehace lo que fue lastimado todas las veces que sea necesario, y también por el daño que no puede evitarse, porque lo que nos damos los unos a los otros, aún el terror o la tristeza, viene del mismo deseo: curar y ser curados.
Que nos trague la tierra. Pero que no nos trague todavía. Que todavía se mueva, rumbo al oficio y a la posesión. Y que vea algunos lugares antiguos, otros inéditos. Que sienta frío, calor, cansancio; se detenga un momento; continúe. Que descubra en su movimiento fuerzas desconocidas, contactos. El placer de estirarse; o de enrollarse, quedar inerte. Placer del equilibrio, placer del vuelo. Placer de escuchar música; sobre papel dejar que se deslice la mano. Irreductible placer de los ojos; ciertos colores; cómo se deshacen, cómo se adhieren; ciertos objetos, diferentes bajo una nueva luz. Que todavía sienta el olor de la fruta, de la tierra en la lluvia, que agarre, que imagine y grabe, que recuerde. Tiempo de conocer a algunas personas más, de aprender cómo viven, de ayudarlas. De ver pasar este cuento: el viento sacudiendo la hoja; la sombra del árbol, parada un instante, alargándose con el sol, y deshaciéndose en una sombra mayor, de ruta sin tr