Mi padre murió en invierno sólo sé que al fin descansó en la estrecha cama de todos los días. Ya no hay ruido, ni ceremonias, ni pañuelos, ni rosas blancas. Al fin, dije yo, descansó de las deudas, de los vicios, de la burocracia. Mi padre murió en una pequeña alcoba donde sólo quedan reme dios, jeringuillas, alcohol, drogas, sus manos frías, abiertas y vacías que me tocan con ternura. Unos ojos blancos y amarillos inyectados de muerte. Un cáncer que no silencia su victoria de sangre, de carne, de vejez inconclusa. Todos los relojes dan la misma hora y retroceden el tiempo, cuando mi padre no era mi padre y simplemente era un hombre lleno de energía que se abría paso ante esta vida. Mi padre murió en una alcoba de hielo y su cuerpo cada vez se adelgaza, se empequeñece, se evapora, se disuelve en el aire vacío de la nada, la lámpara de la alcoba juega con la materia de su piel. Sus dientes amarillos llenos de cáncer me sonríen yo le