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EL DIALECTO OLVIDADO DEL CORAZÓN


Qué locura que el lenguaje casi llegue a significar

y qué miedo que no llegue del todo. “Amor”, decimos,

“Dios”, decimos, “Roma” y “Michiko”, escribimos, y las palabras

se equivocan. Decimos “pan” y significa algo distinto

según el país. En francés no hay palabra para decir hogar,

y en inglés no hay palabra para el placer estricto. Hay un pueblo

en el norte de la India que está desapareciendo porque su antigua

lengua no tiene expresiones de cariño. Soñé con vocabularios

perdidos que podrían expresar en parte lo que ya

no podemos. Tal vez los textos etruscos finalmente puedan

explicar por qué las parejas enterradas en sus tumbas

sonríen. O tal vez no. Cuando se tradujeron las miles

de misteriosas tablillas sumerias, parece

que resultaron ser transacciones comerciales. ¿Y si son

poemas o salmos? Mi júbilo es lo mismo que doce

cabras etíopes en silencio bajo el sol de la mañana.

Señor, Tú eres terrones de sal y lingotes de cobre,

espléndido como la cebada madura, ágil por la labor del viento.

Sus pechos son seis bueyes cargados con rollos

de algodón egipcio de largas fibras. Mi amor son cien

ánforas de miel. Cargamentos de thuja son

lo que mi cuerpo quiere decirle al tuyo. Son jirafas

este deseo en la penumbra. Tal vez el espiral de la escritura minoica

no sea una lengua sino un mapa. Lo que más sentimos no

tiene nombre, sino ámbar, arqueros, canela, caballos y pájaros.

JACK GILBERT
Trad. Ezequiel Zaidenwerg

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Estanque

Cada cosa viva o muerta que el mundo rechaza se reúne: las raíces de los árboles secos que siguen profundamente agarradas a un suelo que ya no las retiene, el moho que al crecer parasita el tallo de la planta joven, el perro moribundo tirado al costado de la ruta, las ramas más jóvenes del ceibo que el temporal derriba, la serpiente de coral emboscada por la fiera, que se repliega sobre sí y permanece quieta como si fuera su propia cáscara vacía en el monte espeso. Para quienes fueron dañados, todo lo que llega después del daño es una gracia. Alguna vez vadearon la vida como si fuera un estanque lleno de alimañas, peligroso en la superficie y en el fondo, hecho para el lucimiento de los intactos y los fuertes. Los que no tienen nada que perder entienden la serenidad con que la materia cesa de resistirse al fin a ser vencida. No hay debilidad ni cobardía en ese dejarse ir que aún en medio del dolor crea puntadas de consuelo: quien fue lastimado una y otra vez sabe
"...la poesía no es una búsqueda consciente de consuelo, que el poeta no hace lo que hace para obtener un bálsamo, para curarse de algo. La razón es otra: no puede no hacer lo que hace. Habría que preguntarse si es necesario o no consolarse de vivir y de morir. La poesía es hacer frente a lo real, reconocerlo, convertirlo en palabras. Ese proceso es siempre una aproximación y en cierto modo es siempre un fracaso, porque siempre se podría ir más allá. Yo no sé si consuela o no. Lo que sí creo es que si hay algo parecido a la salvación, tampoco sé de qué, la poesía se parece a la salvación. Por supuesto, no es un hospital, ni un salón de baile, ni una caricia, ni la facilidad, ni la comodidad, pero es algo que cuando se experimenta incondicionalmente no se puede reemplazar. Y al mismo tiempo, por encima de todas las relativizaciones, es algo que hace sentir que la vida no es un hecho vano ni gratuito, sino que de algún modo, por esta vía y quizá por otras, admite algo parecido a una