Hola, doctora. ¿Cómo está? Permiso. (Silencio). Fue una semana un poco complicada, sí. Maxi nos dijo que tenía un amiguito. No, no, un amiguito, ya sabe…Bueno, mi hijo es gay y yo no sé bien qué hacer. Roberto me echó la culpa a mí pero igual se fue de casa, sí, se fue. Se enojó porque yo lo defendí a mi hijo, por supuesto, ¿cómo lo voy a dejar solo? Es mi hijo y lo amo aunque a él le gusten los hombres. No sé, yo sé que él es feliz pero tengo miedo. Sí, miedo de lo que puedan decir, que soy una mala madre, que no lo cuidé como se debe, no sé. Yo pensé que había criado a un hijo sensible. Por supuesto noté la diferencia entre él y su padre. Pero Roberto, usted sabe cómo es, una roca y Maxi tan bueno, tan expresivo. Siempre pensé que se disfrazaba con mi ropa porque era artístico, no porque bueno…
No sé, no sé cómo le voy a decir esto a mis amigas y a mi hermano, va a reaccionar igual que Roberto. Tampoco sé si Maxi necesita mi ayuda, supongo que no, pero perdí el control. Yo tenía una vida ordenada, doctora, hacía las compras, planchaba la ropa, le cocinaba a mi marido, le limpiaba el cuarto a mi hijo, los jueves a las cinco tomaba el té con las chicas y los domingos al mediodía salíamos con Roberto a pasear. ¿Y ahora? Ahora ya no sé qué vida tengo, o cómo empezar una nueva.
Algo del otro que también sea mío. Para mí en el corazón somos todos parecidas/os, y decir en el corazón es como decir en el fondo, pero, en el fondo de la manera de sentir. Suelo decir que el corazón es la cárcel más común y esto significa que no sólo es el encierro sino el espacio compartido con otros. Cuando me encuentro con ese otro que me habla como desde mí, ahí me gusta lo que escribe, porque ahí me emociono. Yo me emociono con algo físico, soy pasional, no puedo emocionarme con una idea poética de una idea poética que sale de otra idea poética. Eso me aburre, es como oír una música obligadamente, no hay disfrute, me quiero ir de ese poema.
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