Hoy, 10 de octubre, Clara Virgili se levanta, a pesar de que es sábado, a las siete de la mañana para prepararle el desayuno a su marido, Ernesto, ya que es su aniversario de casados y ella piensa que en esta fecha tan especial, su querido Ernesto merece ser bien atendido. En un día de primavera, cálido como el de hoy, una Clara veinte años más joven, con poco maquillaje, el pelo lacio recogido, vestido blanco, collar de perlas, aceptaba a Ernesto, doce kilos menos, entradas menos pronunciadas, traje oscuro, corbata de seda, como su legítimo esposo para acompañarlo y cuidarlo desde aquel día y por toda la eternidad, en las buenas y en las malas, en la riqueza y en la pobreza, tanto en la salud como en la enfermedad, y juraba así, amarlo y protegerlo por el resto de su vida, tal como lo hace el día de hoy, y como lo hizo durante sus veinte años de matrimonio. Clara baja a comprar las medialunas en la panadería que a su marido tanto le gusta y vuelve para preparar el café con la máqui...