No, no digas nada, ya lo sé, lo supe desde siempre, ya no estabas con él pero vi que lo mirabas con esa sonrisa que tus labios rosados no me dedicaron jamás, y aunque entonces preferí creer que era una simple ilusión óptica, también sabía que debía actuar como vos, que si siquiera te temblaban los labios las noches en que salías para ver a alguien que jamás habrá sabido apreciar tus sonrisas ni las caricias de tus manos delicadas, pero eso nunca lo entendiste, nunca quisiste entenderlo, y yo tampoco terminé de entenderte, y si no te lo dije antes no fue por miedo a lo que pudiera pasar entre nosotros, sino porque nunca me gustó estar solo, y entonces por qué precipitar el devenir de un destino que, tarde o temprano, nos alcanza a todos, así que al fin dejé a tu criterio la elección del momento, de este momento, en un moderno restaurant de Puerto Madero, en esta noche cálida de enero, en que vos, como siempre, estás hermosa, vestida de blanco, como el día de nuestro casamiento, y con el pelo suelto como me gusta, aunque quizás ahora que pedimos un syrah muy recomendado por el maître, te proponga que brindemos por nosotros, por lo bien que estamos, por el viaje que, con motivo de nuestro décimo aniversario, vamos a hacer al Caribe, o a cualquier otro lugar, podés elegir el que más te guste, no importa cuál pero no te vayas con él, por favor, no me dejes solo, no, no te vayas, no.
Cada cosa viva o muerta que el mundo rechaza se reúne: las raíces de los árboles secos que siguen profundamente agarradas a un suelo que ya no las retiene, el moho que al crecer parasita el tallo de la planta joven, el perro moribundo tirado al costado de la ruta, las ramas más jóvenes del ceibo que el temporal derriba, la serpiente de coral emboscada por la fiera, que se repliega sobre sí y permanece quieta como si fuera su propia cáscara vacía en el monte espeso. Para quienes fueron dañados, todo lo que llega después del daño es una gracia. Alguna vez vadearon la vida como si fuera un estanque lleno de alimañas, peligroso en la superficie y en el fondo, hecho para el lucimiento de los intactos y los fuertes. Los que no tienen nada que perder entienden la serenidad con que la materia cesa de resistirse al fin a ser vencida. No hay debilidad ni cobardía en ese dejarse ir que aún en medio del dolor crea puntadas de consuelo: quien fue lastimado una y otra vez sabe
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