Bueno, nada (o más bien la mayoría) de lo que dije en el post anterior sucedió finalmente. Ni la acompañé a B. al sanatorio, ni fui a la fiesta de N., ni vi al rugbier divino, pero sí se mantuvo todo en cero, en nada, as usual. Tuve semanas muy cilotímicas, muy extrañas, con dos velorios en un mismo fin de semana, notas decepcionantes, risas con amigas, y pasar de sentirme una cucaracha idiota a sentirme una wonder woman, man. Además volví a ilusionarme mucho con J.M. (es tan nerd, me encanta), ni hablar de las ganas de mandarle un mensaje ya mismo "Conseguí El maestro de música, la vemos juntos?", pero no, hay que abstenerse, no es bueno mostrar la desesperación tan pronto.
Cada cosa viva o muerta que el mundo rechaza se reúne: las raíces de los árboles secos que siguen profundamente agarradas a un suelo que ya no las retiene, el moho que al crecer parasita el tallo de la planta joven, el perro moribundo tirado al costado de la ruta, las ramas más jóvenes del ceibo que el temporal derriba, la serpiente de coral emboscada por la fiera, que se repliega sobre sí y permanece quieta como si fuera su propia cáscara vacía en el monte espeso. Para quienes fueron dañados, todo lo que llega después del daño es una gracia. Alguna vez vadearon la vida como si fuera un estanque lleno de alimañas, peligroso en la superficie y en el fondo, hecho para el lucimiento de los intactos y los fuertes. Los que no tienen nada que perder entienden la serenidad con que la materia cesa de resistirse al fin a ser vencida. No hay debilidad ni cobardía en ese dejarse ir que aún en medio del dolor crea puntadas de consuelo: quien fue lastimado una y otra vez sabe
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