Ya no sé qué hacer. I mean, qué se hace con un flaco de veinticinco que actúa como si tuviera once y nunca se sabe bien qué le pasa? Si alguien sabe, se aceptan sugerencias porque ya estoy cansada de todo esto (oh, Dios, acaba de conectarse y eso que ya casi son las doce!! Y lo peor es que no sirve de nada -o más bien para verificar que no le intereso o es un pelotudo- porque seguro no va a hablarme, como siempre soy yo la que toma la iniciativa). Estoy harta de sentirme una pelotuda. Estoy harta de sentirme sola, de ser un cero a la izquierda (dale, forrooo, hablame). Soy una idiota (ya está, se desconectó de nuevo). La puta madre que lo parió.
Cada cosa viva o muerta que el mundo rechaza se reúne: las raíces de los árboles secos que siguen profundamente agarradas a un suelo que ya no las retiene, el moho que al crecer parasita el tallo de la planta joven, el perro moribundo tirado al costado de la ruta, las ramas más jóvenes del ceibo que el temporal derriba, la serpiente de coral emboscada por la fiera, que se repliega sobre sí y permanece quieta como si fuera su propia cáscara vacía en el monte espeso. Para quienes fueron dañados, todo lo que llega después del daño es una gracia. Alguna vez vadearon la vida como si fuera un estanque lleno de alimañas, peligroso en la superficie y en el fondo, hecho para el lucimiento de los intactos y los fuertes. Los que no tienen nada que perder entienden la serenidad con que la materia cesa de resistirse al fin a ser vencida. No hay debilidad ni cobardía en ese dejarse ir que aún en medio del dolor crea puntadas de consuelo: quien fue lastimado una y otra vez sabe
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