Leía el 18 Brumario de Luis Bonaparte, y, como quizás a tantos otros, me hizo reflexionar sobre las siguientes cuestiones: ¿cuántas máscaras somos capaces de tener?, ¿cuántos disfraces usamos en un mismo día?, ¿hasta dónde es posible conocer a alguien? No hablo de decir la verdad y ser honestos -porque incluso disfrazados es posible- sino de las actitudes, de la manera en que nos representamos a nosotros mismos según la situación en la que nos encontremos, no somos los mismos con nuestra familia, con nuestros amigos, con los compañeros de algún trabajo o un curso cualquiera, aunque la esencia sea la misma, siempre seleccionamos qué mostrar y ocultamos el resto, no porque sea necesariamente malo, sino porque reaccionamos de distinta manera según el entorno. No sé qué es exactamente lo que nos hace cambiar, si la capacidad mayor o menor que tiene cada uno de adaptarse al medio, o el grado de confianza y comodidad que el medio nos genere, o bien el miedo al rechazo, al ridículo, o qué. No lo sé, quizás no tenga sentido nada de esto y debería dejar de perder el tiempo.
Algo del otro que también sea mío. Para mí en el corazón somos todos parecidas/os, y decir en el corazón es como decir en el fondo, pero, en el fondo de la manera de sentir. Suelo decir que el corazón es la cárcel más común y esto significa que no sólo es el encierro sino el espacio compartido con otros. Cuando me encuentro con ese otro que me habla como desde mí, ahí me gusta lo que escribe, porque ahí me emociono. Yo me emociono con algo físico, soy pasional, no puedo emocionarme con una idea poética de una idea poética que sale de otra idea poética. Eso me aburre, es como oír una música obligadamente, no hay disfrute, me quiero ir de ese poema.
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