Me cansan muchas cosas, pero de las que más me cansan, una es mi rol de hermana mayor. Tener que ser yo la que cocina, la que pone la mesa, la que cuide de, la que da el ejemplo, yo la que tenga que llevar, traer, buscar, crecer. Hay días en los que quiero tener 10 años y que mi única preocupación sea conseguir el nuevo truco para el GTA. Me cansa ser la única que va a terapia en mi familia, porque (y esto quizás sólo pueda comprenderlo la gente que se analiza) uno piensa, reflexiona acerca de uno mismo y su entorno y avanza, crece, y es un bajón cuando la gente que lo rodea se establece en la meseta (simple, cómoda y conservadora). Todo es más fácil así, claro que es más sencillo delegar las cosas y poner excusas y justificarse y culpar a los demás por las cosas que uno no puede o no quiere hacer. Pero no está bien.
Cada cosa viva o muerta que el mundo rechaza se reúne: las raíces de los árboles secos que siguen profundamente agarradas a un suelo que ya no las retiene, el moho que al crecer parasita el tallo de la planta joven, el perro moribundo tirado al costado de la ruta, las ramas más jóvenes del ceibo que el temporal derriba, la serpiente de coral emboscada por la fiera, que se repliega sobre sí y permanece quieta como si fuera su propia cáscara vacía en el monte espeso. Para quienes fueron dañados, todo lo que llega después del daño es una gracia. Alguna vez vadearon la vida como si fuera un estanque lleno de alimañas, peligroso en la superficie y en el fondo, hecho para el lucimiento de los intactos y los fuertes. Los que no tienen nada que perder entienden la serenidad con que la materia cesa de resistirse al fin a ser vencida. No hay debilidad ni cobardía en ese dejarse ir que aún en medio del dolor crea puntadas de consuelo: quien fue lastimado una y otra vez sabe
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