Hay algo que vengo pensando hace un tiempo y es el tema de los ex. Ese prefijo incómodo, y quizás también triste, que todos usamos en algún momento (ya sea ex-novio/a, ex-amigo/a, ex-algo, en fin). En líneas generales, últimamente tengo un pensamiento algo simplista y cómodo (lo admito): que, de alguna manera, las cosas pasan porque tienen que. Esa idea un poco mitológica del Destino, no? (Edipo, Ulises/Odiseo y todas las tragedias que ya conocemos) Creer que hay un cierto sentido en los hechos aunque nosotros no podamos verlo siempre tan claro. Bastante similar a la gente que deja todo a la buena voluntad del Señor (y ojo, me reconcilié de alguna manera con Dios, pero tampoco creo que orar cure la gripe o el cáncer). Pensar que las cosas suceden más allá de nosotros es reconfortante, nos brinda una cierta sensación de seguridad. Y supongo que, de algún modo, eso es lo que necesito: sentirme segura. En cuanto al tema de los ex en particular, creo que también me sirve para aceptar el pasado, no sé, una especie de concepción hegeliana de la historia, que si bien trágica, determinará un futuro de redención (el brindis con mis amigas: porque somos lindas, jóvenes y prósperas, y vamos a ser felices). En parte lo logré, es decir, ya no me cuestiono qué hubiese pasado si, o por qué hice tal cosa en vez de, bla bla. Me da -miedo?- la gente que nombra a sus ex seguido (y la gente que no las nombra también, ja), siento que no las olvidaron, que como dice la canción, tampoco quieren hacerlo. Hoy justo veía el capítulo de Sex and the city que le da nombre a este post en el que Carrie tiene una relación más o menos seria con Big y se entera de que estuvo casado y empieza a paranoiquear con la ex, bla bla, en fin, es un poco eso, el hecho de que siempre hubo alguien antes que nosotros. Sabemos que todos tenemos un pasado, el problema es cuando se vuelve tan presente que no deja espacio para un futuro. Y qué feo entonces ser ese somebody not too bright but sweet and kind.
Cada cosa viva o muerta que el mundo rechaza se reúne: las raíces de los árboles secos que siguen profundamente agarradas a un suelo que ya no las retiene, el moho que al crecer parasita el tallo de la planta joven, el perro moribundo tirado al costado de la ruta, las ramas más jóvenes del ceibo que el temporal derriba, la serpiente de coral emboscada por la fiera, que se repliega sobre sí y permanece quieta como si fuera su propia cáscara vacía en el monte espeso. Para quienes fueron dañados, todo lo que llega después del daño es una gracia. Alguna vez vadearon la vida como si fuera un estanque lleno de alimañas, peligroso en la superficie y en el fondo, hecho para el lucimiento de los intactos y los fuertes. Los que no tienen nada que perder entienden la serenidad con que la materia cesa de resistirse al fin a ser vencida. No hay debilidad ni cobardía en ese dejarse ir que aún en medio del dolor crea puntadas de consuelo: quien fue lastimado una y otra vez sabe
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