Un día en la vida de Luisa es simple: cuando sale el sol escuchar la radio, después ir a Coto, cargar las bolsas, volver, cocinar un pollo, volver a escuchar la radio, mirar por la ventana, volver a salir para ir a Coto y volver a su casa.
Luisa tiene una casa, limpia y prolija, y un vecino que vive en una casa que se viene abajo. Pero tiene también una cabeza con la que no para de pensar. Luisa vive, literalmente, en su cabeza, y en ella confunde las frases oídas en la radio con argumentos filosóficos, un Odex que compró en Coto se transforma en su empleado doméstico y mejor compañía, su novio muerto regresa a pedir disculpas por haber muerto y el joven músico vecino no deja de tocar en su guitarra una música triste.
En su soledad, Luisa imagina (vive) todo tipo de sucesos en los que se confunden sueño y realidad. De pronto, todo se mueve, Luisa va y viene, todo se confunde, en algún lado suena una música triste, en algún lado alguien dice algo... Luisa sigue ahí, junto a su casa, junto al vecino, la radio suena, el pollo está en el horno... Otra vez se hizo de noche, en algún lado, alguna vez.
Como su casa de cartón y su mundo de fantasías, la realidad de Luisa es frágil. Y en la fragilidad de su imaginación, en su confusión de realidad y fantasía, es donde conocemos a Luisa y su intento por comprender el mundo, su mundo: hecho de vivos y de muertos, de días y de noches, de debilidad y tristeza.
De su debilidad y su tristeza brota el consuelo de esta obra: El mundo es el que nosotros creamos, o como Pedro dice a Luisa en su sueño: "En lo imposible está la realidad".
Cada cosa viva o muerta que el mundo rechaza se reúne: las raíces de los árboles secos que siguen profundamente agarradas a un suelo que ya no las retiene, el moho que al crecer parasita el tallo de la planta joven, el perro moribundo tirado al costado de la ruta, las ramas más jóvenes del ceibo que el temporal derriba, la serpiente de coral emboscada por la fiera, que se repliega sobre sí y permanece quieta como si fuera su propia cáscara vacía en el monte espeso. Para quienes fueron dañados, todo lo que llega después del daño es una gracia. Alguna vez vadearon la vida como si fuera un estanque lleno de alimañas, peligroso en la superficie y en el fondo, hecho para el lucimiento de los intactos y los fuertes. Los que no tienen nada que perder entienden la serenidad con que la materia cesa de resistirse al fin a ser vencida. No hay debilidad ni cobardía en ese dejarse ir que aún en medio del dolor crea puntadas de consuelo: quien fue lastimado una y otra vez sabe
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