Fue ahí, sola en el micro y en la ventanilla la ciudad de noche: el río iluminado, algunas estrellas en el cielo (siempre me gustó un poco la oscuridad), luces dispersas y fragmentadas, la voz que me cantaba al oído que hacía mucho tiempo que no me veía sonreír, y que tenía que arriesgar mi miedo, y que tenía que arriesgar mi tiempo, y que en un año, un año, o algo más, todo esto iba a desaparecer en el mar, y me vi durante todo el último tiempo, y me dije que tenía razón, que no podía ser que siguiera así, que en algún momento tengo que empezar a creer en mí misma.
Algo del otro que también sea mío. Para mí en el corazón somos todos parecidas/os, y decir en el corazón es como decir en el fondo, pero, en el fondo de la manera de sentir. Suelo decir que el corazón es la cárcel más común y esto significa que no sólo es el encierro sino el espacio compartido con otros. Cuando me encuentro con ese otro que me habla como desde mí, ahí me gusta lo que escribe, porque ahí me emociono. Yo me emociono con algo físico, soy pasional, no puedo emocionarme con una idea poética de una idea poética que sale de otra idea poética. Eso me aburre, es como oír una música obligadamente, no hay disfrute, me quiero ir de ese poema.
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