Fue ahí, sola en el micro y en la ventanilla la ciudad de noche: el río iluminado, algunas estrellas en el cielo (siempre me gustó un poco la oscuridad), luces dispersas y fragmentadas, la voz que me cantaba al oído que hacía mucho tiempo que no me veía sonreír, y que tenía que arriesgar mi miedo, y que tenía que arriesgar mi tiempo, y que en un año, un año, o algo más, todo esto iba a desaparecer en el mar, y me vi durante todo el último tiempo, y me dije que tenía razón, que no podía ser que siguiera así, que en algún momento tengo que empezar a creer en mí misma.
Cada cosa viva o muerta que el mundo rechaza se reúne: las raíces de los árboles secos que siguen profundamente agarradas a un suelo que ya no las retiene, el moho que al crecer parasita el tallo de la planta joven, el perro moribundo tirado al costado de la ruta, las ramas más jóvenes del ceibo que el temporal derriba, la serpiente de coral emboscada por la fiera, que se repliega sobre sí y permanece quieta como si fuera su propia cáscara vacía en el monte espeso. Para quienes fueron dañados, todo lo que llega después del daño es una gracia. Alguna vez vadearon la vida como si fuera un estanque lleno de alimañas, peligroso en la superficie y en el fondo, hecho para el lucimiento de los intactos y los fuertes. Los que no tienen nada que perder entienden la serenidad con que la materia cesa de resistirse al fin a ser vencida. No hay debilidad ni cobardía en ese dejarse ir que aún en medio del dolor crea puntadas de consuelo: quien fue lastimado una y otra vez sabe
Comentarios