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may be

Es curioso, o quizás no tanto, cómo funciona el recuerdo, más precisamente cómo funciona eso de asociar olores, sabores, sensaciones o melodías a momentos particulares de la vida. Hace un tiempo me hicieron recordar esta canción, hacía mucho no la escuchaba y en cuestión de segundos me remitió a una época no muy lejana pero sí muy solitaria de mi vida. De la misma manera cada vez que escucho esta otra me vienen a la mente noches de verano del 2008: yo escribo en la computadora mientras entra viento fresco desde el balcón. O esta, y entonces volver a ese atardecer de octubre en el viejo continente y el perfume dulzón de la tienda de velas en Florencia. 
A veces pienso que, en términos emocionales, me quedé estancada en mis 17. Sobre todo lo pienso cuando suceden cosas como estar acostados en el puff, uno junto al otro, con más gente alrededor y que, sin saber cómo ni por qué, me tomes de la mano y me guste (ya lo decía Conor Oberst, the devil is in the details), disfrutar ese mínimo contacto físico y desear que no se termine, que dure aunque sea cinco minutos más. El tema es que (todo) siempre llega a su fin, y vos de una forma u otra te vas, y yo no sé si es torpeza, miedo, timidez, falta de interés o tan sólo yo que imagino cosas donde no las hay. Son instantáneas donde nos puedo ver juntos -y contentos- pero entonces retirás la mano y ya no volvés. Yo me quedo, vos te vas y eso es todo.
Comentarte que escribí nuevos poem(it)as, pero evitar mencionar que algunos están inspirados en vos, que me digas que cuando quiera puedo enviártelos para que los leas, sonreír(te). Más tarde despertar sola en el mismo lugar a las siete de la mañana, buscarte sin éxito y volver en taxi a casa. La ciudad los domingos me resulta igual de incomprensible cada vez. El viaje es silencioso (por suerte), miro por la ventanilla cómo se suceden las calles, ya es por completo de día y el sol me da de lleno en la cara (demacrada). Cierro los ojos y la esperanza (tonta) de que quizás, tal vez

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Estanque

Cada cosa viva o muerta que el mundo rechaza se reúne: las raíces de los árboles secos que siguen profundamente agarradas a un suelo que ya no las retiene, el moho que al crecer parasita el tallo de la planta joven, el perro moribundo tirado al costado de la ruta, las ramas más jóvenes del ceibo que el temporal derriba, la serpiente de coral emboscada por la fiera, que se repliega sobre sí y permanece quieta como si fuera su propia cáscara vacía en el monte espeso. Para quienes fueron dañados, todo lo que llega después del daño es una gracia. Alguna vez vadearon la vida como si fuera un estanque lleno de alimañas, peligroso en la superficie y en el fondo, hecho para el lucimiento de los intactos y los fuertes. Los que no tienen nada que perder entienden la serenidad con que la materia cesa de resistirse al fin a ser vencida. No hay debilidad ni cobardía en ese dejarse ir que aún en medio del dolor crea puntadas de consuelo: quien fue lastimado una y otra vez sabe

¿Que tiene que tener un poema para que te guste?

Algo del otro que también sea mío. Para mí en el corazón somos todos parecidas/os, y decir en el corazón es como decir en el fondo, pero, en el fondo de la manera de sentir. Suelo decir que el corazón es la cárcel más común y esto significa que no sólo es el encierro sino el espacio compartido con otros. Cuando me encuentro con ese otro que me habla como desde mí, ahí me gusta lo que escribe, porque ahí me emociono. Yo me emociono con algo físico, soy pasional, no puedo emocionarme con una idea poética de una idea poética que sale de otra idea poética. Eso me aburre, es como oír una música obligadamente, no hay disfrute, me quiero ir de ese poema.

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