oírlo hablar ahora de los mecanismos que emplea para averiguar el estado sentimental de una fémina cualquiera nos genera un pequeño escozor y ganas de llorar o volcar violencia física sobre algún elemento externo, pero no hacemos ni una cosa ni la otra. estamos grandes nos decimos. estamos grandes ya para llorar en público y revolver nuestras miserias frente a los demás. sonrío. y dejo ser al sentimiento. no es él en realidad lo que duele/molesta, es todo lo otro, you know: salir a medianoche de home sweet home, tiritar de frío, o más bien de soledad, a la espera del transporte público que nos lleve hacia puntos geográficos distantes e ignotos -caminos infructuosos en la búsqueda de quién sabe qué-, sin que haya manos que tomen las nuestras, sin brazos ajenos ni espaldas de las cuales aferrarse ni voces susurrantes al oído, ni el más mínimo gesto de contención. sola en la calle apenas iluminada, igual que yo. encontrarte seis años después no es casualidad, existe un entramado invisible (si bien cada vez más evidente desde el fenómeno-redes-sociales) que une nuestras vidas, de manera laxa, sin duda, pero también de forma concatenada. así que no me sorprende verte y saludarte y que recuerdes mi nombre y apellido con precisión -sabemos del otro más de lo que queremos reconocer. bailar la juventud que nos conmueve y al mismo tiempo nos agota y nos llena de vida, capaces de permanecer despiertos hasta altas horas de la madrugada. así que entre las miradas que van y vienen, los cuerpos se acercan y tus manos se aproximan con peligrosidad a mi campo físico, las circunstancias temporo-espaciales que nos permiten hoy el reencuentro en un antro oscuro plagado de humo y luces de colores al igual que tantas otras noches atrás. percibo la tensión y escapo, hacia el patio, para enfriar el cuerpo y los pensamientos, evaporar ansiedad. seis años después de llorarte con desconsuelo, con esa angustia aguda/punzante que nos carcomía el pecho y que de seguro no era más que el deseo desesperado de encontrar cierto consuelo, un cariño cierto, acaso un amor que llenara los vacíos; ahora sos vos el que me busca y yo la que dice que no (eso en cierta manera me reconforta, es casi una compensación), pero no por venganza, ni por rencor. no: lo mío es instinto de supervivencia. estamos en tratamiento de rehabilitación después de largas temporadas aferradas a la pulsión de muerte. queremos alguien que nos quiera por ser como somos, por ser nosotras mismas y no un cuerpo, un objeto de descarga física y placer instantáneo, inmediato, fugaz. quiero que alguien se interese por mí, no por ser tan solo funcional a su propio deseo, porque eso nos deja un poco vacías y todavía no sabemos bien qué hacer al respecto. al final de la noche, igual, no me importa nadie más que yo, mi propio sentir/estar, al fin y al cabo hace tiempo que ninguno termina por interesarme tampoco, pero eso a veces es difícil de discernir, tan acostumbradas a depender de la mirada de un otro sobre nosotras mismas para saber dónde nos encontramos paradas, cómo nos ubicamos frente a los demás; así que me contento con seguir el ritmo de esta canción devenida cumbia mientras canto a viva voz las estrofas que sé de memoria desde mis ocho años de edad, y pienso que sí, somos parte de esta fauna diversa y salvaje, parte de un todo, infinito y eterno.
Algo del otro que también sea mío. Para mí en el corazón somos todos parecidas/os, y decir en el corazón es como decir en el fondo, pero, en el fondo de la manera de sentir. Suelo decir que el corazón es la cárcel más común y esto significa que no sólo es el encierro sino el espacio compartido con otros. Cuando me encuentro con ese otro que me habla como desde mí, ahí me gusta lo que escribe, porque ahí me emociono. Yo me emociono con algo físico, soy pasional, no puedo emocionarme con una idea poética de una idea poética que sale de otra idea poética. Eso me aburre, es como oír una música obligadamente, no hay disfrute, me quiero ir de ese poema.
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