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Nos preguntan cómo estamos y decimos que bien, algo cansadas y entonces nos dicen que sí, que se nota, pero callamos y no decimos nada más, sobre todo no explicamos que estamos cansadas de que las cosas que queremos para nosotras mismas no lleguen, no se den; /es que en el fondo sabemos,/que no tenemos de qué quejarnos.
Siempre hay gente peor que uno, pienso y pienso también 'desagradecida' y me culpo un poco supongo pero no lo puedo evitar. Y me acuerdo entonces del saxofonista que me dijo que abandonara la culpa, que eso era para los católicos y yo reí un poco a causa de la asociación religiosa, pero más tarde llegué a la conclusión de que no era culpa a lo que me refería cuando hablaba con él, sino que hablaba más bien de responsabilidad. Al final, aunque era algo antipático, tengo que agradecerle la claridad que en parte me brindó para discernir entre culpa y responsabilidad -un gran paso para mí, un pequeño paso para la humanidad. Quizás no me culpo then, sino que soy consciente de que mi vida, mi alegría o mi tristeza son, en gran medida, mi responsabilidad.
Sucede que a veces no podemos con el dolor, no logramos evitar el sufrimiento que por momentos carcome, nubla la visión y no permite ver más allá...
Nos sometemos a la espera, a la esperanza 
de que algo cambie, y que sea pronto por favor.
Aunque también me digo 'qué pelotuda', 'qué esperás si nadie va a venir a salvarte', pero a veces el cuentito es más fuerte, o será que preferimos aferrarnos a las historias con happy ending, que nos retiene en un lugar de comodidad, del que en verdad no queremos salir, porque la incertidumbre de la soledad propia es demasiado grande y nos sobrepasa, el miedo paraliza y no sé qué hacer estatua inmóvil ante la vida que avanza y nunca se detiene a mirar atrás...

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