¿Cuándo empezó a ser un lugar la noche,
un lugar, no una hora,
cuándo con su jarabe negro negro
entró a manchar la luz?
Bebíamos birras, tragábamos la sangre dorada de las horas.
Éramos el sentido del luminoso verano.
Fe en lo oculto, en genios que surgirían
de grietas singulares.
Nada de amor en las vidrieras, en todas estas camisas apiladas.
Nada que esperar en el declive del aire curvo.
La luz es un incidente: ningún milagro.
Nadie a quien preguntarle qué falló.
He soñado de mañana con aquel silencio,
el olor del tiempo en un antiguo muro.
A lo lejos el benteveo y su insistente pregunta:
no entiendo lo que dice, no sabría contestar.
Beatriz Vignoli
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