Humedecí mis pies en la bordadura de pastos que crecen
a lo largo y al azar, entre los montes
deambulé como perdida
avanzando de a círculos entre los claros
y de a brazadas en el bosque
todos los árboles eran el mismo
y los arbustos
y sus espinas
y los fragmentos de cielo como esquirlas
que ardían mi piel habituada a estar a oscuras.
Desandé mi memoria para saber
qué había salido mal, en qué momento
torcí el trayecto y el sendero
se volvió maleza
y las malvas
yuyo arisco de entrepiedra.
Tal vez fuera que ofendí al enemigo
a su dios
o a ambos
y una maldición me sigue desde entonces
o estoy pagando el error que fueron
arrastrando las generaciones
como un tumor latente entre los genes
y recordé de a tramos el sonido de un rio
después vi el rio, su caudal abundante derramarse
la cañada donde pudimos acampar a cielo abierto
una boca
de labios secos y partidos por el frio
o el sol, una alameda
a su sombra
la zona del descanso
donde dormimos
quizá fuera el amor
quizá su mal
el punto de inflexión en el desvío.
a lo largo y al azar, entre los montes
deambulé como perdida
avanzando de a círculos entre los claros
y de a brazadas en el bosque
todos los árboles eran el mismo
y los arbustos
y sus espinas
y los fragmentos de cielo como esquirlas
que ardían mi piel habituada a estar a oscuras.
Desandé mi memoria para saber
qué había salido mal, en qué momento
torcí el trayecto y el sendero
se volvió maleza
y las malvas
yuyo arisco de entrepiedra.
Tal vez fuera que ofendí al enemigo
a su dios
o a ambos
y una maldición me sigue desde entonces
o estoy pagando el error que fueron
arrastrando las generaciones
como un tumor latente entre los genes
y recordé de a tramos el sonido de un rio
después vi el rio, su caudal abundante derramarse
la cañada donde pudimos acampar a cielo abierto
una boca
de labios secos y partidos por el frio
o el sol, una alameda
a su sombra
la zona del descanso
donde dormimos
quizá fuera el amor
quizá su mal
el punto de inflexión en el desvío.
Matilde Méndez
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