Los ángeles bajan en el anochecer
y se extienden por las
fachadas que al poniente
dan, tan tal duzura
flotante, musical,
que da miedo, miedo
por ellos,
a pesar de sus alas
y de la indiferencia inclinada del pueblo.
En el campo se está
tranquilo.
Se confunden, juegan acaso,
conversan
con los pájaros
que vuelven,
circular entre los sonidos
de las esquilas,
y sonríen a los silbidos
lejanos.
Se posan como pájaros espectrales
sobre un caballo blanco
o una vaca blanca,
puros de la penumbra
baja, y,
casi fluida.
Y se fijan al fin,
se adhieren, ¿hasta cuándo?
a la pared encalada
de un rancho
posado sobre la loma.
¡Oh, el rancho celeste sobre la loma,
flotando hacia el azul triste,
anochecido,
del oriente!
Juan L. Ortiz
Comentarios