En la canción concisa, de una sola nota,
apretada en la rápida explosión del trueno,
ahí nace y muere la vida.
Fugaz -esto ya sé que se dijo-
como la luz de las luciérnagas,
como un guiño, un roce, una pulsión,
como el chasquido del beso que partió del labio
o una desesperación cualquiera.
Lo dicen, hace siglos lo dijeron.
Ahora bien, yo creo
que hecha del fermento de los frutos más dulces
o de una pasta acre y terrible, resaca de la sangre sucia,
la vida pasa pero no se va, se queda retenida para siempre,
acá en el universo, como la Memoria.
Así la carne de tu cuerpo y tu rebullir,
leve como la pluma, grávido como el núcleo metálico
de un planeta gaseoso.
Pasás y estás, y estás porque pasás,
-y así es con todo-,
y hundís una raíz como una pata enorme que se complace con el
[ barro
quedándote:
hoy, una cabellera en llamas que remonta la almohada,
brazos que son colas de cometas semillando la luz,
boca, tu boca, ese gran temblor, esa colmena;
mañana, una nodriza oculta,
un gránulo de polvo en la lengua traviesa de un niño.
Todo es tan poco y tanto...
Que la vida es fugaz parece una certeza...
Sin embargo, a veces pienso
que no vale compararla con la efímera rosa,
si la rosa es el corpóreo fantasma del instante inmortal.
No corras, Avril, para beberte el rocío del corazón de la rosa:
la flor y vos son una sola y misma cosa.
Olé y echate desnuda bajo el sol,
renovándote hasta el último día como hace desde siempre
[ la primavera.
Abrazá lo que llega, despedí lo que parte.
Hacé de tus dedos
felpa con que tocar, de tu boca
un cuévano que contenga otra boca amada,
un brote, un hocico,
una trompa pronta a descarnar las palabras del mal.
Que tus ojos sean
el géiser que se bebe el trino de todos los pájaros,
el hondón que atesora el espanto y la maravilla.
Corónate de pámpanos y besos,
y pasá.
Pasá...
Virginia Segret Mouro
de "Memoria" (2006)
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