Hablemos sobre el horizonte, amigos míos, ¿de qué otra cosa podemos hablar si no?
Siempre hablamos de él, o mas bien en él. Cuando hacemos planes, cuando amamos.
Cuando amamos, porque amar un ser, un camino, una obra, es ver que esa línea allá, tan lejana hacia adelante, esa línea toda luz, está lo mismo aquí incluso para atravesarlos y volverlos a atravesar, como el mar en la playa viene y vuelve a venir sobre la arena, levantándose luego, dejando aplacar el alga inquieta, la vida oscura.
Línea de allá y línea de acá, cada una para arrojar la espuma del inconsciente bajo nuestros pasos: frase que relumbra por deslizarse en la cresta de esa ola que se infla como una noche, y se derrumba luego y luego se alza de nuevo.
Tomo este camino, estrecho, que se hunde entre dos pequeñas lomas, los árboles lo envuelven también, se apretujan a mi alrededor, arriba mío, me siento feliz de saberlo familiar, con esas mil vidas de su profundidad que se habituaron a mí. Pero más bajo que los piares, los bufidos, los vuelos, este sonido ligero pero ininterrumpido que escucho, es el "allá" de las colinas del horizonte que, aunque invisible, me acompaña. Y retiene este instante presente, este instante de aquí, en sus manos que entreveo, azules u ocre rojizo, en una desgarradura de los pinos y los robles pequeños.
Yves Bonnefoy en "Notaciones sobre el horizonte" (Zindo & Gafuri, 2016).
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