Es el tiempo de locos que está haciendo: de repente tropieza hacia adelante, y luego se recuesta entre los pastos ralos y las flores blancas, delicadas y sin nombre. Una gente se puso a hacer ropa con eso, cosiendo la blancura de las lilas con un rayo en una encrucijada ignota. El cielo llama a la tierra sorda. El desarreglo proverbial de la mañana se corrige a sí mismo cuando vos te parás. Estás vestido con un texto. Los versos caen marchitos sobre tus cordones, y yo nunca querré ni necesitaré otra literatura que esta poesía hecha de barro y de reminiscencias ambiciosas de la época en que surgía fácilmente de lo que por entonces eran bosques y campos arados y tenía una sencilla dignidad inconsciente, a la que ahora nunca podríamos esperar aproximarnos, salvo en una quebrada muy estrecha que nadie va a ir a inspeccionar, donde quizás una última muestra de ese espécimen raro y poco interesante esté dando algún brote, al menos por lo poco que se sabe. Ashbery (Trad...