pero no a la remera blanca que decía “primero el amor”
en mayúsculas rojas
que tenía puesta mi hermano el día
que le escuché decir “no puede ser violación
si no se resistió, si después tardó años
en contarlo. ¿por qué se iba a guardar
algo así?”. estaba leyendo una noticia
sobre otro hombre más, otro pastor,
que no pudo tener las malditas manos
quietas. me la paso reviviendo ese peligro salival,
su intencionalidad infinita nublada de dudas. me pierdo
en el recuerdo que mi hermano describe en voz alta
para que yo lo juzgue. yo, que todavía escucho
el gatillo aromático del perfume de esa noche. a veces
llego a ver cómo nubla las caras de otros amantes
que no se parecen en nada a él. ¿qué puedo decir?
le digo que alguien tiene que ser el hermano o el amigo
de la sequía si todo el mundo tiene una hija
o una hermana que volvió a casa con los labios ajados
y la garganta reseca al menos una vez, hasta vos.
y a pesar de la renuencia del tiempo a refutar la historia
o de las voces que usan para coser oídos sordos,
y de los lugares donde alguna vez
compartimos el pan con la gente que amamos
o doblamos nuestros nombres para proteger a mucha más.
a pesar o a causa de todo esto, nos ganamos
el derecho a elegir a qué volumen escuchar
la sanación, sin importar quién escuche o qué
se pierda cuando se acabe la canción. ya hay una de nosotras
que se puso a llorar. para evitar hacernos cargo de quién es,
hacemos de cuenta que es la lluvia interminable que está cayendo afuera,
que toquetea todo con su mano pesada, que desparrama
la humedad por la tierra para que no haga falta pedir
pruebas de la estación en la que estamos o de cuánto
tardó el pasto en llegar a estar tan verde.
PRECIOUS ARINZE
Trad. Ezequiel Zaidenwerg
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