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una vez, un poema

Los poemas no se parecen a los cuentos, ni siquiera cuando son narrativos. Todos los cuentos tratan de batallas, de un tipo o de otro, que terminan en victoria y derrota. Todo, avanza hacia el final, cuando habremos de enterarnos del desenlace.
Indiferentes al desenlace, los poemas cruzan el campo de batalla, socorriendo a los heridos, escuchando los monólogos delirantes del triunfo y del espanto. Procuran un tipo de paz. No por la hipnosis o la confianza fácil, sino por el reconocimiento y la promesa de que lo que se ha experimentado no puede desaparecer como si nunca hubiera existido. Y, sin embargo, la promesa no es la de un monumento. (¿Quien quiere monumentos en el campo de batalla?) La promesa, está en que el lenguaje ha reconocido, ha dado cobijo, a la experiencia que lo necesitaba, lo pedía a gritos.
La poesía habla, con frecuencia, de su propia inmortalidad, y esta reivindicación es mucho más trascendente que la de un poeta determinado perteneciente a una historia cultural determinada. No debe confundirse aquí la inmortalidad con la fama póstuma. La poesía puede hablar de inmortalidad porque se abandona al lenguaje en la creencia de que el lenguaje abraza toda experiencia, pasada, presente y futura.
Seria engañoso hablar de la promesa de la poesía, pues una promesa se proyecta en el futuro, y es precisamente la coexistencia del futuro, el presente y el pasado lo que propone la poesía.



John Berger

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