Era del sur, donde los abismos sonaban a platería,
que venía aquella serpiente encendida sobre el monte.
Pero más al sur, el de las cuestas ásperas y amarillas;
lejos, más lejos -campos de lava o de yodo,
plumas desprendidas de un sueño inhabitable
de tan vasto y pleno de ozono-,
la vida se parecía a lo que habías dicho, a la promesa
de un infinito en el que las formas no tenían intimidad con nosotros.
¿Qué sustancia era esa, qué sustancia, que te negabas a nombrarla
y que en verdad no hubieses podido nombrar, porque tu reino era aquél,
el de la absoluta falta de nombre?
Fuimos contra Midgardsormr, la serpiente,
y sabíamos que la prueba mayor de nuestras armas
sería hollar el lugar donde, previste, fallaría tu cálculo.
Pondríamos el pie donde se alzaba la voz sin alfabeto;
en la lava reseca de tu pensamiento difuso,
en el lagar de las vendimias estériles de la locura,
en el vértice de los caminos de tu orgullo,
en el sitio increado.
Fuimos, entre quebradas sulfurosas,
y a través del húmedo país de los muertos,
a revelar, para tu espíritu, tu propio designio.
Porque era nuestra obra para la gloria de Dios.
que venía aquella serpiente encendida sobre el monte.
Pero más al sur, el de las cuestas ásperas y amarillas;
lejos, más lejos -campos de lava o de yodo,
plumas desprendidas de un sueño inhabitable
de tan vasto y pleno de ozono-,
la vida se parecía a lo que habías dicho, a la promesa
de un infinito en el que las formas no tenían intimidad con nosotros.
¿Qué sustancia era esa, qué sustancia, que te negabas a nombrarla
y que en verdad no hubieses podido nombrar, porque tu reino era aquél,
el de la absoluta falta de nombre?
Fuimos contra Midgardsormr, la serpiente,
y sabíamos que la prueba mayor de nuestras armas
sería hollar el lugar donde, previste, fallaría tu cálculo.
Pondríamos el pie donde se alzaba la voz sin alfabeto;
en la lava reseca de tu pensamiento difuso,
en el lagar de las vendimias estériles de la locura,
en el vértice de los caminos de tu orgullo,
en el sitio increado.
Fuimos, entre quebradas sulfurosas,
y a través del húmedo país de los muertos,
a revelar, para tu espíritu, tu propio designio.
Porque era nuestra obra para la gloria de Dios.
Jorge Aulicino,
Hostias
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