El abuelo hablaba de su familia, de cómo habían llegado, de su abuela Bahía -me encantó el nombre- que la habían casado cuando tenía apenas 14 años, del Sur, de la 18 de noviembre, de su infancia y yo comenzaba a rodar la película en mi cabeza. Me veía en ese campo de tierras áridas, una vida al mejor estilo La familia Ingalls, monto caballos y socorro a ovejas en pleno parto. Cocino como Francis Mallmann, feliz con mi vida de campo, disfruto de ese mundo sencillo, con sus paisajes simples y solitarios. Fuera de las grandes ciudades y de todo el stress que conllevan. Aunque, claro, es sólo una idea.
Cada cosa viva o muerta que el mundo rechaza se reúne: las raíces de los árboles secos que siguen profundamente agarradas a un suelo que ya no las retiene, el moho que al crecer parasita el tallo de la planta joven, el perro moribundo tirado al costado de la ruta, las ramas más jóvenes del ceibo que el temporal derriba, la serpiente de coral emboscada por la fiera, que se repliega sobre sí y permanece quieta como si fuera su propia cáscara vacía en el monte espeso. Para quienes fueron dañados, todo lo que llega después del daño es una gracia. Alguna vez vadearon la vida como si fuera un estanque lleno de alimañas, peligroso en la superficie y en el fondo, hecho para el lucimiento de los intactos y los fuertes. Los que no tienen nada que perder entienden la serenidad con que la materia cesa de resistirse al fin a ser vencida. No hay debilidad ni cobardía en ese dejarse ir que aún en medio del dolor crea puntadas de consuelo: quien fue lastimado una y otra vez sabe
Comentarios
te invito a pasarte por el mio, cuando andes con tiempo
saludos