Carmela prepara té para dos. Ellayo. Los dos cuerpos sobre el sillón, improvisamos un juego: los ojos fijos en los ojos-reflejo, secuencia de palabras al azar, aunque sabemos que el azar también guarda sentido, como nuestros dos cuerpos enfrentados este atardecer de domingo. Carmela pregunta qué quiero escuchar y digo que lo que ella quiera, entonces ella ríe y se queja "siempre decís lo mismo". A veces pienso que ella es todo lo que yo quiero ser, pero eso no se lo digo, en cambio sólo comento "estás muy linda". Voz femenina sobre guitarra, busca tranquilidad, yo también. El aroma de jazmín y rosas comienza a evaporar mis sentidos y los pensamientos se olvidan entre sí. Sólo queda emoción, "no quiero soledad, quedate conmigo hoy". Carmela se acerca y comienza con sus caricias, "cuánta tensión", "me hacía falta un poco de vos", "de voz", luego me besa y vuelve a reír. Hay algo que nos une. Carmela le dice desencanto, yo lo llamo amor.
Cada cosa viva o muerta que el mundo rechaza se reúne: las raíces de los árboles secos que siguen profundamente agarradas a un suelo que ya no las retiene, el moho que al crecer parasita el tallo de la planta joven, el perro moribundo tirado al costado de la ruta, las ramas más jóvenes del ceibo que el temporal derriba, la serpiente de coral emboscada por la fiera, que se repliega sobre sí y permanece quieta como si fuera su propia cáscara vacía en el monte espeso. Para quienes fueron dañados, todo lo que llega después del daño es una gracia. Alguna vez vadearon la vida como si fuera un estanque lleno de alimañas, peligroso en la superficie y en el fondo, hecho para el lucimiento de los intactos y los fuertes. Los que no tienen nada que perder entienden la serenidad con que la materia cesa de resistirse al fin a ser vencida. No hay debilidad ni cobardía en ese dejarse ir que aún en medio del dolor crea puntadas de consuelo: quien fue lastimado una y otra vez sabe
Comentarios
Que ganas de vivir un domingo como esos. Un beso!