Te vi, estabas más alto (mucho más alto), el pelo rubio un poco más oscuro, tenías una remera negra y pantalones claros, ibas con un Golden Retriever (eso me lo dijo papá, yo no sé nada de razas caninas), antes no tenías perro, quedaban bien juntos, entraste a la heladería y lo ataste a un poste de luz, cuando volviste él te sonreía, y vos también sonreías al acariciarlo, se te veía bien, incluso lejos como estaba y todo, creo que todavía pude ver algo del chico que conocí, yo también sonreí, qué sera de vos después de todos estos años. Cómo es que el tiempo nos cambia tanto.
Cada cosa viva o muerta que el mundo rechaza se reúne: las raíces de los árboles secos que siguen profundamente agarradas a un suelo que ya no las retiene, el moho que al crecer parasita el tallo de la planta joven, el perro moribundo tirado al costado de la ruta, las ramas más jóvenes del ceibo que el temporal derriba, la serpiente de coral emboscada por la fiera, que se repliega sobre sí y permanece quieta como si fuera su propia cáscara vacía en el monte espeso. Para quienes fueron dañados, todo lo que llega después del daño es una gracia. Alguna vez vadearon la vida como si fuera un estanque lleno de alimañas, peligroso en la superficie y en el fondo, hecho para el lucimiento de los intactos y los fuertes. Los que no tienen nada que perder entienden la serenidad con que la materia cesa de resistirse al fin a ser vencida. No hay debilidad ni cobardía en ese dejarse ir que aún en medio del dolor crea puntadas de consuelo: quien fue lastimado una y otra vez sabe
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besos C.