A mí me gusta la noche, me gusta la trifulca. Me gusta rozar y no entender, sentir telas y estar confundida, un calor en una tela, un olor, aroma, algo. Y la saliva y el peso, el peso del cuerpo, del otro, contra la ropa cuando hace frío, todo eso atrapado ahí en una tela, eso que es de alguien, eso que es alguien, esto que hace todo tan hipnótico. Ver gente en la oscuridad, ver en la oscuridad que altera tanto la percepción, arroparse en la oscuridad, contra alguien, contra algo, una espalda, un pecho, algo que envuelva/envolvente, decir cositas, pocas, entre besar y besar, volver a la boca del otro como una estocada, una nueva, renovada, volcarse hacia el otro, sobre, recuperar la boca, esa, una, una vez más y empezar todo de nuevo, todo de nuevo, la lengua, el olor de la boca y del contorno, del contorno de esa boca, no todas las salivas se secan por igual. No, para nada, un augurio, un auspicio, perder la noción de las partes del otro, de dónde están, de cómo se distribuyen, qué parte de la cara es cuál, cuál parte de la boca es qué, diferencia de tamaños, distorsión de tamaños, de proporciones y espacio, distorsión de una mejilla contra otra, cerca lejos en, lo áspero, lo que no lo es. Lugares nocturnos llenos de humo y cuerpos y posibilidades, aunque no siempre, pero la proximidad y ese arrastrarse, arrojarse hacia, contra esos otros cuerpos y a veces, y de a momentos, entrar, entrarle, a eso, a todo, ir.
Romina Paula
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J.