No quiero acostumbrarme nunca a una vida sin amor, aunque a veces lo piense, aunque a veces (te) lo diga, quiero que sepas que no es así, que cada vez que digo que el amor es un invento del capitalismo, que no existe, en realidad es mentira. Pero me lo repito, como mantra, cada tanto, para convencerme de algo que ni yo misma creo. Porque sé también que el amor es mucho más que el amor romántico, el de pareja, el amor es multidimensional y va mucho más allá de eso. El amor es también mi perra durmiendo entre mis piernas, el amor es mi mamá cuando me despierta a la mañana, el amor es bailar Gilda con amigas hasta la madrugada. Y aún así, a pesar de todo, a veces siento que hay algo que me falta. Y eso que me falta se me hace indescifrable, creo que a veces eso es lo que me angustia: sentir que hay algo que no encuentro a pesar de que lo busco, con desesperación por momentos, busco busco, espero signos, casualidades, un cruce de miradas, conectar con un otro y sentir algo nuevo, o algo que me mueva al menos, algo que me inquiete (por favor no me dejes tranquila, y a la vez calmame). Y cuando a la noche terminamos en esos lugares llenos de humo y de cuerpos y de posibilidades, en realidad lo que yo siento es que ahí no hay posibilidad alguna, o que sí pero no, que no sé si a mí me interesan esas supuestas posibilidades, cuando salgo de la escena y me pongo en el insoportable rol de observadora-no-participante me pregunto para qué, para qué todo esto, de dónde o con qué sentido esa pulsión por salir, por el afuera, por el éxtasis de chocar contra otros cuerpos igual de sudados que el nuestro, y aún todavía guardar la ilusión de que en uno de esos cruces quizás algo impacte, que algo quede enlazado, que la colisión implique un cambio, yo al menos no quiero salir igual de las situaciones, como si nada hubiera sucedido. A mí me gusta que las cosas me afecten, aunque a veces quisiera que me afecten un poco menos. Ser permeable tiene su costado oscuro y en esos momentos de nada vale que nuestros amigos nos digan que somos fantásticas y que el que sale perdiendo es el otro si no sabe valorarnos. "Cuando agarres uno que sepas que es el que va, no te para nadie, ni a vos ni al otro. No te regales, c., no te sientas menos y te regales. Para que te empiecen a querer, querete un poco más vos", nos dice N. y agrega: "para mí la que se pone las trabas sos vos, solita. Es lo de siempre, te tenés que valorar más, darte cuenta de que sos una persona muy piola y que tenés el DON de poder sentir las cosas"; y yo del otro lado de la computadora lloro. Lloro de impotencia, de angustia, de enojo conmigo misma, lloro para dejar ir el dolor, para soltar, para sanar la herida, para crecer, aunque me cueste. Porque me da miedo pensar que la soledad es posible, que el desencuentro es real, que la distancia existe aunque intentemos trascenderla, que el acuerdo no es más que un caso particular de malentendido y que dos nunca implican unidad sino conjunto: uno más uno.
No quiero acostumbrarme nunca a una vida sin amor, aunque a veces lo piense, aunque a veces (te) lo diga, quiero que sepas que no es así, que cada vez que digo que el amor es un invento del capitalismo, que no existe, en realidad es mentira. Pero me lo repito, como mantra, cada tanto, para convencerme de algo que ni yo misma creo. Porque sé también que el amor es mucho más que el amor romántico, el de pareja, el amor es multidimensional y va mucho más allá de eso. El amor es también mi perra durmiendo entre mis piernas, el amor es mi mamá cuando me despierta a la mañana, el amor es bailar Gilda con amigas hasta la madrugada. Y aún así, a pesar de todo, a veces siento que hay algo que me falta. Y eso que me falta se me hace indescifrable, creo que a veces eso es lo que me angustia: sentir que hay algo que no encuentro a pesar de que lo busco, con desesperación por momentos, busco busco, espero signos, casualidades, un cruce de miradas, conectar con un otro y sentir algo nuevo, o algo que me mueva al menos, algo que me inquiete (por favor no me dejes tranquila, y a la vez calmame). Y cuando a la noche terminamos en esos lugares llenos de humo y de cuerpos y de posibilidades, en realidad lo que yo siento es que ahí no hay posibilidad alguna, o que sí pero no, que no sé si a mí me interesan esas supuestas posibilidades, cuando salgo de la escena y me pongo en el insoportable rol de observadora-no-participante me pregunto para qué, para qué todo esto, de dónde o con qué sentido esa pulsión por salir, por el afuera, por el éxtasis de chocar contra otros cuerpos igual de sudados que el nuestro, y aún todavía guardar la ilusión de que en uno de esos cruces quizás algo impacte, que algo quede enlazado, que la colisión implique un cambio, yo al menos no quiero salir igual de las situaciones, como si nada hubiera sucedido. A mí me gusta que las cosas me afecten, aunque a veces quisiera que me afecten un poco menos. Ser permeable tiene su costado oscuro y en esos momentos de nada vale que nuestros amigos nos digan que somos fantásticas y que el que sale perdiendo es el otro si no sabe valorarnos. "Cuando agarres uno que sepas que es el que va, no te para nadie, ni a vos ni al otro. No te regales, c., no te sientas menos y te regales. Para que te empiecen a querer, querete un poco más vos", nos dice N. y agrega: "para mí la que se pone las trabas sos vos, solita. Es lo de siempre, te tenés que valorar más, darte cuenta de que sos una persona muy piola y que tenés el DON de poder sentir las cosas"; y yo del otro lado de la computadora lloro. Lloro de impotencia, de angustia, de enojo conmigo misma, lloro para dejar ir el dolor, para soltar, para sanar la herida, para crecer, aunque me cueste. Porque me da miedo pensar que la soledad es posible, que el desencuentro es real, que la distancia existe aunque intentemos trascenderla, que el acuerdo no es más que un caso particular de malentendido y que dos nunca implican unidad sino conjunto: uno más uno.
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