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La vida y la poesía,

 Culpo a los libros y culpo
la aparente realidad de las películas
y culpo a los músicos y culpo
a los poemas que dicen con palabras:
éste es el mundo
y culpo a la memoria cuentacuentos
que siempre jala agua a su molino
y culpo a las anécdotas y a todo
lo que tiene alguna forma, algún sentido
planteamiento y nudo y desenlace
y cierta perspectiva protagónica
y villanos y grandezas decididas
y soundtracks y formato de pantalla
y luces adecuadas y las miras
de planos bien trazados y bien nítidos
que sugieren que todo lo que pasa
por algo pasa (hacia adelante y hacia atrás)
y que cada momento que vivimos
es un lúcido momento narrativo
planeado por un hábil dramaturgo
que no ha dejado nada a la fortuna
y escoge con destreza sus palabras
y benévolo comparte nuestro afán
de que todo lo que hagamos y nos pase
tenga algún significado
y le subyazca una Idea
y esté fraguando un clímax ostentoso
en el que algo elevadísimo se exprese
y que mirados desde fuera
tendríamos fascinado a nuestro espectador
embebido en descifrar nuestras acciones
el símbolo total de nuestras almas
y los culpo porque es culpa de ellos
de los libros, los poemas, las películas
que no sepamos qué hacer
y nos sintamos excelentemente estúpidos
cuando una despiadada epifanía
nos permite entrever obscenamente
que nuestras vidas nunca satisfacen
las sensatas exigencias narrativas
de Aristóteles en la Poética
ni las de nadie más
y por ende nuestras vidas nunca son
ni comedia ni tragedia
ni bestseller ni blockbuster
y no hay héroe ni hay frases para el trailer
ni final feliz ni final triste ni final
que no hay espectador ni a quién le importe
que nada está queriendo decir algo
que las cosas sólo están y son y pasan
y que somos muy cómicos al querer ser trágicos
y que sólo somos trágicos queriendo reírnos del asunto
y que ésa es tal vez la mayor cercanía posible
entre la vida y la poesía
y con todo y esto hay algo aún más ridículo:
aquí estoy yo contando silabitas.

Juan Carlos Garzón

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Cada cosa viva o muerta que el mundo rechaza se reúne: las raíces de los árboles secos que siguen profundamente agarradas a un suelo que ya no las retiene, el moho que al crecer parasita el tallo de la planta joven, el perro moribundo tirado al costado de la ruta, las ramas más jóvenes del ceibo que el temporal derriba, la serpiente de coral emboscada por la fiera, que se repliega sobre sí y permanece quieta como si fuera su propia cáscara vacía en el monte espeso. Para quienes fueron dañados, todo lo que llega después del daño es una gracia. Alguna vez vadearon la vida como si fuera un estanque lleno de alimañas, peligroso en la superficie y en el fondo, hecho para el lucimiento de los intactos y los fuertes. Los que no tienen nada que perder entienden la serenidad con que la materia cesa de resistirse al fin a ser vencida. No hay debilidad ni cobardía en ese dejarse ir que aún en medio del dolor crea puntadas de consuelo: quien fue lastimado una y otra vez sabe
"...la poesía no es una búsqueda consciente de consuelo, que el poeta no hace lo que hace para obtener un bálsamo, para curarse de algo. La razón es otra: no puede no hacer lo que hace. Habría que preguntarse si es necesario o no consolarse de vivir y de morir. La poesía es hacer frente a lo real, reconocerlo, convertirlo en palabras. Ese proceso es siempre una aproximación y en cierto modo es siempre un fracaso, porque siempre se podría ir más allá. Yo no sé si consuela o no. Lo que sí creo es que si hay algo parecido a la salvación, tampoco sé de qué, la poesía se parece a la salvación. Por supuesto, no es un hospital, ni un salón de baile, ni una caricia, ni la facilidad, ni la comodidad, pero es algo que cuando se experimenta incondicionalmente no se puede reemplazar. Y al mismo tiempo, por encima de todas las relativizaciones, es algo que hace sentir que la vida no es un hecho vano ni gratuito, sino que de algún modo, por esta vía y quizá por otras, admite algo parecido a una