Subo al tren, no hay mucha gente. Me siento enfrente de una pareja, ella de pelo rubio teñido, él parece más grande, cada tanto me mira el escote, yo intento cubrirme con mi abrigo, de vez en cuando ella me mira muy fijo, todo raro, bastante incómodo. Del otro lado de la ventana, los edificios se suceden uno tras otro, las ventanas iluminadas -algunas de tono amarillo, naranja, otras más verdesazulados -, luces y más luces, y todo se vuelve pequeño, reflejos luminosos, neón, ciudad. Una o dos estaciones después, sube un chico de los que me gustan a mí, alto, barba, un poco desgarbado, se sienta en el piso, en el vagón siguiente, estamos en diagonal, lo miro, algo de él me atrae, ahora soy yo la que mira fijo, cada vez que mira hacia donde estoy yo me empieza a latir más fuerte el corazón, lo juro, tan sola como para que intercambiar miradas con un extraño en el tren sea el momento más emocionante del día (y quién dice tal vez de la semana). Empiezo con mi fantasía romántica adolescen...